Sin embargo, todavía
estoy esperando algunos perdones de diversos personajes públicos. Como el de
Rajoy por subirnos los impuestos tras prometer que no lo iba a hacer. O el de
Zapatero por ser el peor presidente de España de toda la historia, dejando una herencia
de más de cinco millones de parados y las arcas públicas en la ruina. O el de
Chaves y Griñán por convertir Andalucía en la comunidad autónoma del paro y la
corrupción. O el de Camps y sus tramas delictivas en la Comunidad Valencia. O
el perdón de Rubalcaba por desconocer la verdad y mentir constantemente.
Estamos esperando
pacientemente el perdón de las nacionalistas catalanes que recortan en sanidad
y educación pero siguen malgastando el dinero de todos en sus consignas
fanáticas, como son sus embajadas o los cursos en catalán en países
tercermundistas. O el perdón del PNV, partido que ha vivido uno de los hechos más
bochornosos, traicionando la democracia y convirtiéndose en cómplice de los
asesinatos de ETA con su escandaloso silencio, dando la espalda a sus propios
paisanos que eran mutilados por cuatro asesinos. El perdón de todos aquellos
políticos autonómicos que han tirado millones de euros en sus delirios de
grandezas, como deja muestra la cantidad de construcciones que no sirven para
nada, como el aeropuerto de Ciudad Real, obra de Barreda y de Bono.
El perdón de Aznar por
apoyar una guerra que el pueblo estaba en contra. O el de González por sus
numerosos casos de corrupción, o lo que es peor, por terrorismo de estado, como
fue el GAL. Seguimos esperando las palabras de arrepentimiento sobre todas esas
personas que han estado cobijadas por las faldas de un régimen fascista,
políticos que ahora están alistados en numerosas formaciones políticas, como
periodistas de distintos medios de comunicación, pero que no dudan en coger la
bandera de la libertad. El perdón de unos de los partidos políticos más
importantes de este país, el PSOE, por tener una historia escrita en renglones
torcidos con letras ensangrentadas.
Mientras esperamos
tantos perdones, el monarca, como buen cristiano, sale y nos pide un perdón tan
caro como escaso. El problema es que no sabemos de qué se arrepiente. Si de
cazar elefantes en África, de las compañías que suele tener de vez en cuando, o
de sustituir sus deberes y obligaciones por actividades de ocio o poco
ortodoxas. De todas formas, queda perdonado, Su Majestad, porque ha sido
valiente, recogiendo el guante que su propio pueblo le estaba pidiendo a
gritos. Ahora debe de hacer realidad sus palabras, predicando con el ejemplo.

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